Cuando muere una oveja en el monte, la primera señal es un círculo de buitres a cierta distancia de ella. Primero vigilan a la presa, se aseguran de que ningún signo vital lata en su cuerpo, de que las primeras moscas y algún gusano hayan empezado a horadar su carne. Después se lanzan en picado, estiran su cuello y dan los primeros picotazos sacando a jirones la piel y más tarde la carne. No les importa que les salpique la sangre todavía caliente del animal a los ojos, al contrario, se mantienen erguidos y defienden su posición junto al muerto contra cualquier otra alimaña que se acerque. Y ahí continúan, desollando al animal hasta dejar sólo el esqueleto sanguinoliento que se encargarán de rebañar otros compañeros de los buitres. Al final, no queda nada, nada de nada, el zumbido de una mosca y la nada, unos huesos resecos por el sol y soledad y hastío.
Así me siento yo hoy, como la vaquilla de Berlanga, incapaz de acudir ni una sola vez más al trapo de ningún valiente, y mareada de pulular entre mercaderes de almas. Parte de un cadáver rondado por buitres, con el olor del salitre metido en la garganta y el de la brea solidificando mis pulmones.
Y ese maldito viento que sigue sin soplar. Alguno ya ha colgado una soga en el mastil.
sábado, 24 de mayo de 2008
Diario de a bordo. Día 5º.
Publica Mari A las 0:02:00
Etiquetas: Diario de a bordo, Real Zaragoza
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1 comentario:
Esto está lleno de buitres carroñeros, y lo peor es que seguro que hay alguno infiltrado...
A ver qué nombres suenan hoy. Al final, van a decir todos los posibles... :D
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