Hace un tiempo le regale a mi consorte un librito, con ilustraciones de Cano, que hablaba del peculiar carácter de los aragoneses con ese especial tono somarda que nos caracteriza (a él debe su título este artículo). El ejemplo que siempre recuerdo es la de nuestra Virgen del Pilar, una talla borgoñona que dice que no quiere ser francesa (y yo añadiría que ese icono del más rancio catolicismo conservador que es ahora es imagen de todo un pueblo y recurso de fe de más de un ateo). Y es que nosotros somos así, somos y no somos, queremos y odiamos en el mismo segundo, entre un valle y una montaña, ojalá bajemos a segunda porque es lo que merecemos, virgencita que no bajemos.
Ya lo decía Labordeta en su Zarajota Blues, la amo, la odio, le tengo un cariño ancestral. Y lo peor viene cuando te enteras que Agustina era catalana, para una que saca el cañón va y nos sale rana.
Mientras tanto callamos, nos refugiamos en el silencio rabioso con el cobijo del cierzo, -o de las altas atalayas del Pirineo-, que nunca sopla lo sufiencientemente fuerte como para que agrande nuestro eco, más bien lo solapa, lo interioriza en nuestra cabezas que se deshacen buscando excusas. Vamos caminando mientras reñegamos por hacer camino. Nos sentimos pequeños y para quitarnos el complejo tiramos la casa por la ventana, si hay que hacerlo se hace a lo grande, un casino no, doscientos mejor, y digo yo ¿para qué tanto? (...ya estamos otra vez con este maldito reduccionismo que me invade de vez en cuando). Y alguien que trata de pelearnos con los de arriba. ¿A qué no lo consiguen? y mira que como nos pongamos hacemos un equipo único y un día en el Alcoraz y al otro en un lugar de Miraflores de cuyo nombre todavía no sabemos.
En La Romareda si no hay 30.000 que griten no grita nadie, si grita uno no es nadie, pero yo grite, no soy nadie, soy todos quizás.
Así seguimos tirando del hilo para salir del laberinto pero haciéndonos un aunténtico lío con la cuerda recogida que ya no sabemos ni dónde está el norte. Menos mal que está el cierzo para girarnos hacia destino, sí, el mismo que nos calla.
Capaces de reir y llorar, bendita esquizofrenia que en la peor de la penas me sacas la genialidad (sube el abono, Bandrés, sube el abono...).
Supongo que de aquí a dentro de unos años, cuando busque piso en Torrero, todavía me quedan muchas indecisiones por decidir, pero hoy la que más prisa me corre es saber si voy a Getafe o me quedo en mi casa rezándole al San Valero (que la pobre Pilara ha pedido excedencia por estres). Un experto en la materia me dice que si en Getafe no hay catedral que ver para qué voy a ir, pero él estuvo en Logroño, sí, pero es que allá hacen muy buenas tapas... y sufrir vamos a sufrir igual, así que por lo menos nos pille con el estómago lleno. Ir o no ir, he ahí la cuestión (¿Hamlet tendría familia en Alfamén o algo?). Con el corazón hasta el desierto del Gobi en chancletas, pero si tengo la cabeza fría hay que ser más cautos y valorar las opciones (maldita nieve del Moncayo, enfriando mentes).
Tanto acto de contención para evitar decepciones no tiene que ser saludable. Voy a ver si encuentro en el parque alguna margarita que me saque de dudas... ¿o es mejor un crisantemo que tiene más pétalos? y en caso de funeral ya lo tengo...
martes, 8 de abril de 2008
El genial carácter esquizoide aragonés.
Publica Mari A las 11:25:00
Etiquetas: Pensando, Real Zaragoza
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1 comentario:
El genial carácter esquizoide aragonés y el genial post que acabas de escribir.
Tan pronto estamos arriba como abajo, queremos y odiamos, animamos y criticamos. Somos así, y cambiarlo es complicado aunque sea el año de la expo.
Pero estoy mejor...
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