El concierto de nuestras vidas

El pasado 12 de octubre, a las 21'00 en punto se apagaron las luces de la Romareda y se dibujaron las inconfundibles siluetas de Enrique Bunbury y Juan Valdivia en unas impresionantes pantallas de leds, colocadas en el centro del escenario.

Imposible reprimir las lágrimas después de esperar once años, desde aquel 7 de junio en el coso de la Misericordia que supuso la despedida del santo y seña de toda una generación.

El 12 de octubre volvimos a saludar con entusiasmo a nuestros héroes, los del silencio, los de la conciencia, el camino del exceso cuya senda descubrimos buscando nuestra flor de loto para curar la herida y dejarnos llevar por la avalancha mar adentro hasta olvidar nuestros nombres y ser capaces de vender a una madre por otro copa, en aquel tiempo en que todavía creíamos en los héroes de leyenda que nos ayudarían a deshacer el mundo de nuestra ibería sumergida en el estanque, cuando aprendimos que no hay nada para siempre y que si no aplicas la chispa adecuada no eres más que una sirena varada en la alacena esperando morir en brazos de la fiebre...

Una manera de vivir, de pensar de sentir.

Dos horas después todo acabo y de nuevo la despedida. Adiós Enrique, Juan, Pedro, Joaquín y también Gonzalo. Volved pronto.